Poema 196: Escritura automática

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La escritura automática no acude cada día,

ni la idea, ni la belleza observada,

ni la imaginada o provocada por imágenes

mentales sugerentes o posibles.

 

La mente tiene una producción previsible

de ideas finitas:

se agotan los temas y la mirada atenta;

aparece la duda y el silencio.

 

Hay días en que un texto nada te dice,

no sugiere ni amplifica,

no te perturba o inmoviliza,

ni mueve, ni esparce, ni desordena.

 

¿Cuántas veces has escrito sobre las aguas

de color chocolate del Duero

tras las lluvias del norte?

 

¿Cuántos árboles han tenido que perder sus hojas

para poder hablar de sus muñones,

o sobre el desamparo de su traslucidez?

 

Y, sin embargo, ahíto de imágenes,

cansado del deambular diario,

cuando menos lo esperas surge de la humedad

la fotografía de un musgo intenso,

la formación en escuadra de aves de paso,

o esa montaña nevada que se acerca a tu ojo.

 

Ahí está la belleza de no hilar nada,

de no estar precavido ni preparado,

el poder automático de evocar

sin orden ni concierto cuanto te venga en gana,

la lucha del improvisador en días difíciles.

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