Poema 647: La montaña

La montaña

El ascenso exige fuerza de voluntad,

madrugar para evitar el calor seco y extremo,

caminar siguiendo el instinto ascendente.

La ruta ofrece imágenes impagables

y algunas incomodidades:

castaños centenarios, hierbas aromáticas,

moscas que buscan tus ojos en la zona de robles,

el espacio enorme abierto de la llanura

en la que se espejea el embalse de Gabriel y Galán.

Al fondo se divisa el humo del incendio hurdano

ya controlado, pero aún activo y desolador.

Observas árboles huecos y otros reventados por el rayo,

aves canoras, musgos y líquenes, un arroyo cantarín:

ya has estado aquí antes y los paisajes se van desvelando

como una fórmula matemática que vas escrutando paso a paso.

Divisas a lo lejos un enorme saliente de roca

es el punto culmen del viaje porque es hora de regresar;

te fotografías con retardo de diez segundos

cual caminante sobre el mar de nubes en ausencia de estas.

Los tiempos han cambiado,

Caspar David Friedrich no te pintaría con palo de castaño,

pantalón corto y gorra de pandillero juvenil.

El descenso lo realizas trotando para minimizar el tiempo,

como una divinidad que desciende del monte sagrado

antes de comprar el pan y unos tomates para el almuerzo.

La aventura matinal se ha consumado antes del cenit solar,

comienza el resto del día en esta tierra extrema.

Poema 540: Al fondo, antes de las montañas

Al fondo, antes de las montañas

El embalse del fondo parece infinito.

Quisiera estar allí y aquí al mismo tiempo

Ascender, tal como veo a las águilas,

en espiral hasta alcanzar la corriente y planear

contemplar el contorno,

buscar un fractal que lo aproxime,

fijar en la memoria de águila-humana

la forma geométrica exacta de la mega represa.

Brilla como un espejo con el sol poniente,

refleja naranjas y el verde del valle de regadío,

también devuelve el perfil montañoso

que la bruma convierte en masas superpuestas,

un decorado de fondo de ópera austro-germánica.

Un gran nogal oculta un tercio del valle,

serenidad, masas arbóreas,

rapaces sosteniendo su vuelo,

el movimiento rectilíneo y en apariencia uniforme

de los vehículos-hormiga por una autovía invisible.

El dios caótico que dibujó los perfiles montañosos

se olvidó de diseñar un valle homogéneo;

el viento sobre la noguera y unas pequeñas nubes blancas

dotan de vida a la escenografía natural.

Una mirada atenta con prismáticos

permite dilucidar que los penachos blancos móviles

son aspersores que alfombran de verde

las superficies geométricas menos frondosas.

Al fondo permanece azul-cielo

el intrincado perímetro del acopio artificial de agua.

Poema 115: Descenso

Descenso

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Durante el descenso, los robles

tienen formas grotescas, siluetas

terroríficas, decenas de brazos desnudos

que tratan de abrazarte.

 

Representan la oscuridad

frente a la luz poderosa del sol

que refulge abajo, en el valle del Ambroz,

en un pantano de ramas brillantes.

 

El embalse de Gabriel y Galán

es un fractal luminoso,

aparece en cada curva a la izquierda,

aparenta una vastedad infinita.

 

El roble terrible, rima en asonancia

con los canchales dejados por la nieve

en la cima verdosa de la montaña,

es el gigante vanidoso de los cuentos infantiles.

 

Varias sierpes después, la carretera

muestra los brotes incipientes en los castaños,

la primavera pujante, la savia

emergente sobre la rigurosidad montana.

 

La luz se filtra entre las ramas,

deslumbra al conductor, le desorienta,

es un ácido lisérgico actuando sobre su mente,

una lámpara poliédrica de discoteca.

 

La llegada a las huertas y las fuentes

serena el ánimo, devuelve la confianza,

lejos los terraplenes y la vista del fin del mundo,

los demonios petrificados de la cima.

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