
La montaña
El ascenso exige fuerza de voluntad,
madrugar para evitar el calor seco y extremo,
caminar siguiendo el instinto ascendente.
La ruta ofrece imágenes impagables
y algunas incomodidades:
castaños centenarios, hierbas aromáticas,
moscas que buscan tus ojos en la zona de robles,
el espacio enorme abierto de la llanura
en la que se espejea el embalse de Gabriel y Galán.
Al fondo se divisa el humo del incendio hurdano
ya controlado, pero aún activo y desolador.
Observas árboles huecos y otros reventados por el rayo,
aves canoras, musgos y líquenes, un arroyo cantarín:
ya has estado aquí antes y los paisajes se van desvelando
como una fórmula matemática que vas escrutando paso a paso.
Divisas a lo lejos un enorme saliente de roca
es el punto culmen del viaje porque es hora de regresar;
te fotografías con retardo de diez segundos
cual caminante sobre el mar de nubes en ausencia de estas.
Los tiempos han cambiado,
Caspar David Friedrich no te pintaría con palo de castaño,
pantalón corto y gorra de pandillero juvenil.
El descenso lo realizas trotando para minimizar el tiempo,
como una divinidad que desciende del monte sagrado
antes de comprar el pan y unos tomates para el almuerzo.
La aventura matinal se ha consumado antes del cenit solar,
comienza el resto del día en esta tierra extrema.




