Poema 646: San Martiño de Mondoñedo

San Martiño de Mondoñedo

Ahí está el compendio de la imaginación poética

del gran escritor en lengua gallega Álvaro Cunqueiro:

el obispo Gonzalo Froilaz fue en busca de la ballena

que se amansaba al toque del campanario,

toda la estirpe de San Rosendo con su genealogía

o los nombres míticos de Bretoña o Mendunieto.

Gonzalo entró en la boca del cetáceo

y salió de allí con la imagen de la Virgen de Vilaestrofe

antes de que la ballena volviese al mar de San Cibrián.

Cunqueiro inauguró la renovación basilical

el día de san Martiño, un lustro antes de su muerte.

Los canecillos cuentan muchas historias medievales:

el “hombre martirizado” auto retorciéndose el cuello

nos hizo reír casi tanto como el músico onanista.

Llegar a la catedral en bicicleta, ascenso-descenso intenso,

predispone al visitante a recibir una emoción inmensa,

los enormes contrafuertes, las defensas,

la maravilla expositiva en un itinerario delicado y excelso

interpretando una construcción emblemática.

Todos los milagros eran allí posibles,

una zapatilla hace brotar una fuente,

o un gesto obispal con la mano

hunde barco tras barco del invasor normando.

Se hizo la luz en las lecturas de mis veinte años.

Poema 387: Una noche tras otra

Una noche tras otra

Una noche tras otra, en la penumbra de mi habitación,

bajo la luz íntima de una lámpara,

leía un capítulo del Quijote.

Tenía veinte años y diversificaba el tiempo en muchas cosas.

He recordado ahora aquellas noches con nostalgia,

lleno entonces de incertidumbres sobre la vida misma,

sin atreverme a atisbar el futuro,

disfrutando de la lectura como si fuera un placer prohibido.

Cada instante de soledad se convierte ahora en un íntimo lugar,

espectáculo, magia, la posibilidad de escribir o leer

o escuchar canciones que me transportan a otra época.

Un cuaderno, unas líneas oscuras, el aura de la soledad sonora;

la ambientación cobra suma importancia,

más de la que tiene en realidad, o la que tendría a los ojos ajenos.

Ese es parte de mi alimento, de la consolidación del buen humor,

de la relativización de los problemas que no suelen ser tales.

Después vinieron muchos libros cómplices,

algunos por el lugar en el que eran abiertos sistemáticamente,

otros por su contenido perturbador:

Flores del año mil y pico de ave, en Creta,

El cielo a medio hacer en el otoño de Liencres,

o mi primer Saramago, Memorial del Convento, en La Bañeza.

Una noche tras otra encontré caminos en la lectura

y el inmenso placer en la escritura oculta que apenas nadie leerá.

Poema 277: Entre libros

Entre libros

Ayer me devolvieron el Génesis de Robert Crumb,

al colocarlo vi algunas pilas de no leídos,

otros de lectura más o menos reciente,

los más, olvidados, hasta que poso la mirada en ellos:

–ese lo leí estando en Creta hace más de veinticinco años­–,

las portadas, el grosor, el color del papel,

cada cosa me trae un recuerdo, un olor, una sensación,

un viaje, una obsesión;

a veces una frase se desgaja de un capítulo:

Amanecieron otra vez abriles en el aire

y la harina de los días se hizo pan[…]–;

a la antología poética de Claudio Rodríguez 

se le desgaja el lomo al abrirlo con fuerza 

por el principio de Casi una Leyenda:

lo cerré leyendo: –tú no sabías que la muerte es bella,

triste doncella–.

El placer del recuerdo y del conocimiento es exquisito,

hilvano una imagen sobre otra, un instante, 

esa ebriedad de una noche de junio eterna

en la que el viento trae el olor del cereal en sazón,

la envidia que me daban los paseantes enamorados

en la época en la que estaba estudiando:

acribillado a exámenes, 

pasaba de las amapolas de principios de mes

a los ocasos interminables en torno a San Juan.

Tengo libros que no leí y que durante mucho tiempo

me esperaron, me depararon la ansiedad de la abundancia,

libros que hojeé y que ahora yacen amarillentos,

no conseguí abrir el candado psicológico 

que me permitiera adentrarme en ellos

como un amante atento, deseoso de todos sus secretos.

Entre libros encontré la paz y el sosiego

en otras vidas que ya apenas recuerdo;

algunos libros poéticos me dieron el tono vital

cada día, verso a verso, poema a poema,

la nostalgia del autor desterrado

o la hermosura verbal de una polaca de apariencia sencilla.

No sé que hacer con los libros amontonados,

solo sé que entre ellos me siento bien,

aislado y protegido, en otra burbuja de felicidad.