Poema 585: Parthénope

Parthénope

Verano de juventud y deseo,

cine que muestra y oculta e indica

retazos de gran belleza.

Tempus fugit, el mar,

nació en el mar como la sirena odiseica,

agua y frente a la belleza y el trampantojo

de una opulencia palaciega, de la iglesia rococó,

la humildad semioculta de la miseria:

un traveling veloz entre deformes,

desamparados luces azules y prostitutas,

el capo que cree conseguir un instante

de la mítica belleza,

un Maradona que reparte caridad

a cambio de la aclamación populista.

Las joyas de la iglesia relumbran

sobre el cuerpo magnífico de la Parténope mística,

su voluntad, su estética antropológica,

el deseo que traspasa la pantalla:

es mi secuencia favorita–,

también la mía-.

La muerte se llevó la hermosura y la alegría

de los ojos, de las vidas ausentes,

creó la belleza austera, palimpséstica y onírica.

Nápoles es milagrosa y horrenda,

bellísima y oscura, luminosa y cruel,

es endogámica y eufórica en sus mitos.

En descifrar los detalles está la oculta perversión,

también el homenaje y la autorreferencia.

Al salir, la niebla lo empapa todo.

Poema 309: La llamada de los libros

La llamada de los libros

Hubo un tiempo en que leía con tiempo por delante.

Retazos del final de un libro.

Un poema interrumpido por una idea.

Voces de vecinos que se filtran familiares.

Me siguen llamando.

Una escena me abre a la intensidad de un olor

insoportable.

Al frío en las orejas en días en la calle.

Lejos los libros, lejos el ahora.

En ese condenado poema larguísimo

no sobra nada,

ni una coma, ni una sensación:

está construido con tales retazos que te atrapa

en la semioscuridad erótica del cuarto.

Engaño, autoconocimiento, un regalo para la inteligencia.

Levanto la vista y sale Babilonia o Cheever.

Ahí está el futuro y todo mi capital.

Los colores, el papel, los recuerdos.