
Preparación del viaje
No hay reglas, solo recuerdos:
he encontrado fotografías y resguardos,
un plano y un cuaderno de notas
ondulado por la humedad que debió soportar.
El plano general del recuerdo omite los detalles,
el cansancio tras pedalear una jornada bajo la lluvia,
la incertidumbre de dónde descansar,
todos los futuros posibles que entonces podía imaginar.
Recuerdo historias contadas en corro al atardecer
en una ciudad húngara junto a un lago,
el castillo derruido en el que estuvo prisionero un rey,
la angustia de la inundación que nos perseguía.
También la biblioteca medieval bien conservada
en un monasterio de resonancias literarias,
un atardecer atravesando viñedos y campanarios
y un castillo con literas al que nos costó ascender.
Han pasado veinticinco años y aquello ha sido mitificado
por el recuerdo y por las sucesivas narraciones,
por la incipiente lectura de otros viajeros;
ahora volvemos a revisitar una parte de aquella aventura.
El mundo ha cambiado y también nosotros,
hemos sido alcanzados y sucedidos
aunque cada cual jurará que en esencia es el mismo
que viajó en aquel verano del noventa y siete.
Planificamos cómodamente minimizando riesgos,
duplicamos el número de viajeros,
nos asomamos a una melancolía incómoda
para poder disfrutar de cada instante presente.
Y sin embargo la ilusión crece con los días,
con cada preparativo imaginado o real,
vistas las caras en la distancia, los ánimos,
las preguntas y los pequeños milagros de la voluntad.
