
La calima
No veo todo lo que debiera de ver,
hoy la metáfora es el polvo sahariano
pero ocultas están las ondas, los silbos
en frecuencias inaudibles para mi edad,
algunas sombras en horarios imposibles,
o el trino de los pájaros en árboles desnudos
silenciados por el ruido de los coches.
No escucho las bombas de racimo,
ni los gritos indignados e impotentes
de los ucranios sitiados, peones de un tablero
en el que sienten que alguien les mueve
o les expulsa de la partida sin permiso.
El frío se cuela por la ventana abierta
como símbolo de una debilidad energética
vulnerando la estructura mental de seguridad
construida con paciencia, ilusamente,
por varias generaciones democráticas.
Un espectroscopio sería lo más apropiado,
o la lucidez suficiente para entender
el perverso y aséptico juego de esa partida
en la que nadie gana, observado todo
desde el punto de vista, a ras de suelo,
de quienes son movidos por autómatas impasibles.
La calima marrón que todo cubre
muestra la fragilidad superficial de un mundo
más inseguro y limitado de lo imaginado.
