Noche de agosto
Las calles de moda en Amsterdam
rezuman fiestas privadas,
ventanas iluminadas sin cortinas
conciertos abarrotados en el canal.
En la puerta elevada de su casa
una pareja degusta un vino caro y frío,
charla en un idioma sonoro
prepara su noche íntima de sábado.
Todos ríen: la gracia de la juventud les alcanza,
el tiempo por delante es su tarjeta de crédito,
la agilidad de sus muslos torneados en la bici,
la altura tremenda de su generación.
Un tenor levanta centenares de aplausos,
desafía la seria laboriosidad semanal,
es admirado, elevado en ese instante por la masa,
se desvanecerá en horas, salvo en la memoria.
En una noche única de agosto se han conjurado
la luna, la música, la temperatura y el agua;
sobre el bosque de bicicletas aúlla la conciencia del poeta,
el deseo reconvertido en poema.
