
El otoño del ciclista
Una suave llovizna impregna la tierra seca,
huele a petricor en un horizonte plúmbeo
sin apenas movimiento en el campo visual.
Pedaleo contra el viento, entre ocres y amarillos,
dejando que la llanura penetre en mí,
vacíe mi mente, consiga integrarme con el paisaje.
Mínimas mariposas blancas sorprendidas
alzan el vuelo desde los cardos resecos de la cuneta,
cruje el suelo, saltan las piedras,
respiro, olfateo, fotografío, me embeleso con todo.
Soy un ser mínimo entre viñas y girasoles renegridos,
rastrojos, lavajos vacíos de fondo seco y cuarteado,
un redil desierto y la inmensidad de un rayo de sol
que asoma en el confín del planeta.
La velocidad de contemplación ideal de la bicicleta
es ahora un ritmo meditativo,
una aproximación al trance alejándome del vértigo.
Vacío por fin la mente y el cuerpo suda con el esfuerzo
solo existe el camino en esta levedad otoñal.
