
Las olas compartidas
Las playas asturianas tienen nombres míticos,
Playa del Silencio, La Caladoria, La Concha de Artedo,
igualan al arrojado y al tímido,
los convierten en guiñapos arrastrados por el mar.
En medio del fragor sonoro del oleaje
aparece un rostro reconocible y amigo,
la confianza de poder atacar juntos los terribles embates,
el disfrute tras cada revolcón marino.
En esos instantes en el agua no existe antes ni después,
el olor de la sal y el yodo, la alerta continua,
la posición del resto de bañistas o de algún surfero
centran toda tu atención.
Nadar y tenderse boca arriba tras atravesar la ola,
sonreír al grupo que te rodea,
verdeazul-sonoro-táctil-salado,
ya nada importa salvo la cumbre momentánea
y enseguida, saber que ese instante es irrepetible.
Compartir las olas activa sentimientos de pertenencia
establece pequeños vínculos anímicos
seguramente etéreos o sumativos en el largo plazo impredecible.
Los días míticos se suceden cual motas puntillistas,
comunican las crestas de las olas compartidas
con otros momentos estelares veraniegos pasados
creando un subconjunto de amistad de alto valor emocional.
