
El convento
La isla es una caldera magmática religiosa,
toda estructura social fue emulada:
ejércitos de hormigas humanas laboraron,
crearon, diseñaron, construyeron.
Las reglas del convento saludan al viajero,
lo transportan a un mundo de clausura
ya convertidas sus celdas en museo.
Cada cual se ha afanado para dejar un legado comunal,
una reja artística con geometría arabesca,
un tiburón incólume tras su paso por el taxidermista,
el órgano que construyó el maestro en el año de su muerte.
En ese claustro conventual se percibía el cielo cambiante,
la velocidad de las nubes aceleradas por el viento,
se escuchaba el agua cantarina de la fuente matriz,
las novicias serían instruidas en faenas y oraciones
antes de poder contemplar a través de las cancelas
todo el oropel barroco de la capilla.
El museo Carlos Machado llena el espacio de visitantes,
ocupa el convento de Santo André
muestra el ingente trabajo de naturalistas y eruditos,
despierta conciencias y muestra
la insignificancia del viajero perdido en el Atlántico
del turista analítico en estas islas magníficas.
