Imágenes futuras

El ascenso hacia el ocaso es arduo, sudoroso, vital,

pesan las piernas y pesa el cúmulo de recuerdos,

la edad y algunas desgracias colaterales

en las que puedes ver reflejada tu propia imagen futura.

Asciendes en pos de la juventud, de tu propia juventud,

elevas la vista y atisbas una cumbre panorámica,

flores de brezo, el océano a la izquierda, rumor de olas,

un verano futuro en el que nada era imposible.

El poso de la desmemoria llama insistentemente,

desaloja las imágenes presentes, ese encuadre magnífico

que consigues como trampantojo de tu presencia,

la belleza programada y mostrada como trofeo de viaje.

Acumulas vivencias, aventuras, ejercicio, fuerza,

bulle tu mente en busca de sendas lunares, cielos rosáceos,

una cierta individualidad creativa entreverada de diálogos,

la pausa que simula inmortalidad en un engaño holístico.

Conviven las tradiciones autárquicas con el bullir turístico,

vacas al sol de los pastos coloreados por el pintor,

que copulan, paren, enferman, son exprimidas

cuando el voyeur desaparece en sábanas pasteurizadas.

La naturaleza en la que simulas licuarte es hirsuta y espinosa,

muestra flores y coloridos señuelos antes de engullirte,

es parte de ti y tú eres parte de ella, en una amalgama

ineludible, mística, evolutiva, consentida y esencial.

Cierras el ciclo de la senda zigzagueante y escabrosa

tomando una cerveza en la pradera marítima y animada:

decenas de semejantes burlando la subsistencia remota,

un humano acompañarse en una intimidad resplandeciente.

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