Matando la tarde

Hay tardes que mueren por sí mismas

y otras que tienen que ser matadas a conciencia.

En este agonizar de octubre

bandadas de cigüeñas saetean el cielo de paz;

pronto serán sustituidas por drones

por silbidos apenas audibles y mortíferos.

Se comban aún más los cables eléctricos

por el peso inapreciable de decenas de gorriones.

Un hombre deja extinguirse la luz

enfrascado en el juego simple de su teléfono;

descansa a sus pies un perro de ralo pelaje

incapaz, como su amo, de darle la puntilla a la tarde.

Miro al poniente y encuentro un incendio solar

efímero y salvaje, de belleza extrema.

La tarde terminará de morir en una reunión de vecinos,

un espacio ajeno a la Historia y a la Educación,

ring sin reglas ni cortesía, donde se rompen sinapsis

y expira la cooperación humana.

Fin de fiesta, fin de octubre, fin de la tarde vacía.

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