Al fin la lluvia
Al fin la lluvia de gotas enormes,
tormenta, viento, furias desatadas,
erinias en busca de víctimas,
un relámpago de ángulos agudos,
el castigo de un trueno tras otro,
petricor, brilla el suelo agradecido,
se serenan los elementos, hueco cenital
para la mansa lluvia de sonido monótono.
Mi hueco vital no deja seco el suelo,
quizás ya no estoy, solo soy el fantasma
de mí mismo, las gotas no empapan mis gafas,
ninguna ropa se ciñe húmeda al contorno
de mi pecho, no siento frío,
pero sí el olor, sí la luz mortecina y gris,
sí las miles de gotas fundiéndose
en pequeñas torrenteras calle abajo,
un perro que ladra y el piar alborotado
de los pájaros refugiados en los árboles.
Esta lluvia penetrará un centímetro,
dos quizás, en la tierra, me llevará con ella
un instante, licuado, permeable
fundido en ella, lejos de cualquier cita física,
de trabajos y proyectos; seré luz
débil y monotonía cíclica y eterna,
no tendré ropa, ni olor, ni voz,
seré puro deseo, pura antimateria
de sensibilidad excepcional intrínseca.
Arrecia, el olor y la humedad marean,
mi rostro imperturbable languidece,
solo las manos teclean ajenas
algunas palabras enlazadas por hilos
invisibles, por cadenetas tejidas
en las sinapsis potenciales de otros lectores,
quietud, inspiraciones rítmicas:
una caricia deseada me llevaría al paraíso.






