
Vuelta a casa
Llegó como un lucero en medio de la lluvia
encendiendo los charcos con su sonrisa
dividida entre la alegría del reencuentro
y la pérdida de una amistad profunda.
Se adaptó a la nieve y a las circunstancias,
liberó un torrente de verbalidad atrapada
en días de intensidad memorable.
Su fuerza narrativa fue desgranando hechos,
sentimientos, análisis de causas y consecuencias,
un viaje soñado, planificado, esperado,
la velocidad con que se sucede la realidad.
Su presencia llenó de risa y de burbujas la casa,
quería ser escuchada en cada detalle:
mi hija desafiaba al sueño y al agotamiento
alternando entre la alegría y el desconsuelo adolescente.
La fuerza radical de decisiones volanderas
se acoplaba con el amparo de la escucha materna:
ojos repletos de ilusión vital, ávidos de experiencias,
precavidos ante la volubilidad de sus semejantes.
Dormirá múltiples horas seguidas en su cama,
asentará sus sensaciones y reinventará significados,
modelará su memoria y su consciencia,
fortalecerá su paso firme en la protección devota
de su centro de gravedad adolescente.
Su presencia completa de nuevo este hogar.
