Orlando 
Orlando tuvo que haber sido, fue;
era un hombre y era una mujer después,
era admirador de poetas y se enamoró,
durmió varias veces siete días
cual divinidad que se expande por los siglos,
despertó
inflamado en identidades múltiples,
en un palacio con tantos dormitorios como días
tiene el año no bisiesto.
Se enamoró y no fue correspondido al extremo,
y la Historia lo bordeaba como si fuera un baúl
una reliquia, un elemento invariable.
Orlando tuvo que haber sido,
más allá del hielo y el deshielo y de la corte turca,
más allá de las fiestas de sociedad,
de los poetas mediocres o geniales:
hombres banales, estultos, insignificantes.
Orlando tuvo que haber sido
un culmen de estética y belleza,
una mujer sensible y erudita,
el viento del sudoeste fin último y principio de libertad,
amor a la naturaleza,
olvido del pasado y mirada siempre hacia delante.
