Inexpresivos rostros

Los rostros se vuelven inexpresivos
se apagan al acercarse el toque de queda,
el amor que estaba en el aire
ha quedado suspendido en el ocaso.
Casi todo el mundo camina envuelto
en su mascarilla de diseño,
un disfraz y una protección mental leve
ante el desorden neuronal pandémico.
Los homínidos se dispersan en todas direcciones
caminantes, buscadores, deportistas,
un hormiguear en un terrario,
todos poseedores de la verdad suprema.
Se multiplican los jugadores virtuales,
afloran los tramposos en pos de las vacunas,
otros disfrutan de bajas laborales
o se ponen en cuarentena por contacto estrecho.
Todo el mundo ve series al destajo
quizás sin la necesaria introspección,
una idea del mundo expandida al milímetro
por guionistas creadores de opinión.
Los cuerpos se acostumbran a la soledad
del entorno familiar,
a la propia burbuja sostenida in extremis
por una efímera esperanza de futuro.
El carnaval luce espléndido, los ojos fijos
en días iguales a los anteriores,
la mísera muerte aleatoria en lontananza,
las bocas carnosas no muerden la manzana.
