
Shostakóvich me hace sonreír
Shostakóvich me hace sonreír,
ilumina esos poemas decimonónicos,
experimentales y evocadores que canta la soprano.
Estoy leyendo unos poemas maravilla
en la espera y el calentamiento musical,
la conjunción perfecta en soledad absoluta.
Un hombre paseando un libro,
un lugar aislado desde el que compadecerme.
El movimiento de las cuerdas es frenético,
el mar de arcos balanceándose en armonía,
también la concentración del percusionista
anticipando el golpe único del gong.
La mujer de la viola muestra sus alas tatuadas
que simulan moverse al compás de sus músculos.
¡Cómo pensar que Rimbaud sería cantado
con tamaña magnificencia!
Recordé la sinfonía Leningrado meses atrás
en presencia de la guerrera diez,
misma sonrisa eufórica, exaltada, encendida.
Hoy leo unos versos en un francés sonoro
llenos de jardines, de centauras seráficas,
de bacantes de los arrabales,
un festín endiablado y sonoro
con el que Britten esculpió nota a nota sus canciones.
En el concierto todo es ya exceso, desafuero,
incontinencia sonora capaz de elevar el ánimo
las alas acercándose al sol antes de quemarse.
