
Viernes Santo
En el aire de esta primavera florida
están los pájaros devoradores de flores
perseguidos por mi padre el día de su cumpleaños.
Leo poesía desconsolada, corpórea, enferma,
angustiada de vivir en una enfermedad imaginada,
mientras un rayo visible me enfoca a Leonora,
el monumental canto del catálogo:
los días que se vuelven mágicos en el recuerdo.
La descripción tamizada por el intelecto
es un arma poética impagable,
hipocondría mejorada, decenas de detalles hogareños,
recuerdos, el aleve pensamiento inestable
que pasa y ya no será recordado.
Vienen imágenes nocturnas de desfiles,
de penitentes descalzos con los hombros magullados
por el peso de esculturas centenarias,
un bobo inútil y anacrónico presidiendo la talla suprema,
mejorando la tesis en la que me reafirmo
sin haberla terminado: isla cultural aquella SEMINCI.
Reflexiono sobre el sentido de comunidad,
de pertenencia y sentimiento fraterno,
un sentido vital oculto en la palma de la mano,
colores y costumbres que perduran
destronadas por la seguridad social universal.
El capirote que posee el poder de parar y reanudar,
brilla con todo su esplendor en la masa uniforme:
horas estáticas de peregrinación
en caminos repetidos unas decenas de veces.
Música y arte popular, expresión coral consuetudinaria,
silencio y respeto, más allá de las creencias.
El movimiento ingente de voluntades
induce pensamientos de colectividad evolutiva.


