
Flores
En el jardín ganado poco a poco al cemento
surgen flores inesperadas,
geometrías clásicas, pentágonos, círculos,
espirales en el crecimiento de las suculentas,
nopales preparados para su arraigo,
brácteas capaces de arropar pétalos llamativos.
Feraz el terreno, el cuidado exquisito
luz y agua, convierten las paredes desnudas
en un santuario verde donde despuntan uvas e higos.
Cada fruto es un éxito en el cultivo mimado,
una celebración de la vida
en medio de trampas antiparásitos de jardín.
Crecen los nogales y avellanos buscando la madurez,
alumbrados cada día por flores efímeras y vistosas,
por el olor intenso de las lavandas,
por los ensayos, a menudo exitosos, de la jardinera.
Dalias, pasifloras, maracuyás ornamentales,
orbeas variegatas que se cierran misteriosas
en sus bolsas carnosas,
un pequeño edén en los detalles múltiples:
trepadoras, zarzamoras sin apenas espinas,
cada una con su procedencia memorizada,
el membrillo solitario que se hace gigante,
y un rincón contemplativo de visión múltiple
desde el que disfrutar del quehacer cultivador
mientras se hojea un libro de teatro clásico.
