
Vacaciones
Los días se suceden en una rutina placentera
en la que los sobresaltos son mínimas alteraciones
de la meseta rodeada de lagos y montañas.
Los estados de ánimo son cambiantes
dentro de una onda sinusoidal bastante aplanada,
cumbres lectoras, conversaciones,
un baño helado solitario desnudo en un paraje recóndito,
la canción oportuna en un momento de reposo.
Los valles mínimos anímicos llegan como contrapunto
a esos momentos sensoriales en los que nada sucede.
El calor soslayable con agua fría y sombras centenarias
aplana toda disidencia discursiva
en el interior de este mundo natural de cantos de gallo
de grillos y chicharras, de aves que se conciertan en el ocaso.
Al levantar la vista todo es verde, oloroso, inalcanzable;
los habitantes-hormiga domeñan frutales y huertos,
dan de comer a sus cabras para después ordeñarlas,
comercian con el fruto de su esfuerzo ancestral.
En este silencio lleno de ruidos apenas hay vehículos,
los pensamientos de intendencia nivelan ancianos volcanes,
vacuidades pasadas o futuras, proyectos más o menos arriesgados.
Los círculos concéntricos se completan con cierta tolerancia,
con la mirada miope y olvidadiza que desenfoca el deseo
de otros parajes, otras latitudes y otros azules yodados.
Permanecer durante un tiempo indefinido y ateo
es la única misión de las circunvoluciones cerebrales.
