
La máquina aleatoria
Tengo preparada la máquina de hacer poemas,
la engraso cada día,
busco los ingredientes, las imágenes,
y sin embargo no siempre funciona.
–Es random–, diría mi hijo,
inspiración, decían los antiguos,
predisposición mental o estado de ánimo,
puede llegar a pensarse,
y sin embargo hay un trabajo oculto, soterrado,
y existe el instante en que prenden unos versos
y una línea clara abre el poema.
Después, a veces en forma de avalancha
y otras de paciente construcción
fluyen las palabras, la prisa, la máquina,
se encienden los motores
y el torrente es ya imparable.
Quizás el poema que leo cada mañana
es una pieza de la maquinaria,
o la mirada atenta al espectáculo cotidiano
dentro y fuera de los muros del hogar.
Otras veces se llenan los ojos de color, de belleza
pero nada fluye,
no hay ruptura, ni corriente, ni vocación,
los estímulos y la motivación son minúsculos,
la batería de la máquina parece agotada.
Y repentinamente la ola sube y sube,
las palabras se agolpan, las metáforas,
algunas exageraciones y la fuente cantarina
del interior vuelve a manar,
corre ya imparable por la pradera
reverdece cuanto toca y lo dota de vida.
La tecnología de la máquina es cada vez
más avanzada,
simplifica los procesos, depura insustancialidades,
suaviza los ruidos y acorta los tiempos,
proporciona satisfacción en el proceso
y alegría tras el resultado final.
