Poema 617: Allí estaba Ray

Allí estaba Ray

Allí estaba Ray, pero yo no estaba del todo,

merodeaba entre mesas de novedades

y de clásicos reeditados con portadas increíbles.

Llegaba desde otra no-concentración estética:

Maruja Mallo charlando con Paloma Chamorro

en la bahía.

La luz azulada, grisácea, a veces verdosa del mar

se fundía en la geometría tan estudiada de la composición,

en desnudos perfectos, en rostros de trazo-secuencia

como si quisiera simplificar la apariencia de cada persona.

Ray decía cosas interesantes, algo capté en un altavoz

que se enseñoreaba de libros de todos los colores:

–Las nuevas IA podrían confundirse con un escritor malo–, decía,

mientras el presentador evocaba sus propias lecturas.

A Ray no lo he leído todavía, aunque tengo un libro suyo

adquirido al principio de los tiempos: El hombre que inventó Manhattan,

supongo ahora que escrito aún en sus tiempos con Cristina.

Ray tiene un parche en un ojo, cicatriz de un tumor que casi lo mata,

enuncia con voz grave su ausencia tecnológica,

el alivio de que aquella pelota cerebral no era culpa suya.

La librería era un hormigueo de ávidos lectores eruditos,

dependientes nerviosos por las ventas,

por el cómputo de la montaña de libros del autor disponibles.

Afuera resonaban los ecos de tambores pascuales

que la brisa del mar transportaba por las rúas comerciales.

Poema 466: Una luz grisácea, el mar, el cielo, el Centro Botín

Una luz grisácea, el mar, el cielo, el Centro Botín

El perfil del mar y las montañas es difuso,

más allá, el cielo.

En las salas de exposición penetra la luz,

estará el cuadro de El Greco lejos de su tierra de nacimiento,

habrá experimentos artísticos perturbadores

visitantes cosmopolitas que no suben a la fragata

por el mismo precio.

Me he sentado en un punto de anclaje,

ahora es un punto de meditación;

imité a una hermosa mujer vestida de negro,

medias negras, falda negra, corpiño negro:

miraba hacia el mar con nostalgia

tal y como ahora lo miro yo.

Parece una nave del futuro el Centro Botín;

sobrevivirá largos años a su fundador,

la ciudad hecha camino y diseño,

ideas y extrañísimo arte, pensamiento, música.

Canta un aborigen Le Méthèque de Moustaki

armado con una guitarra,

la tarde está calma en esta parte del mundo,

lejos de los bombardeos, del horror intencionado

repelido, vengado, vuelto a vengar hasta la extenuación.

Los maestros del ojo por ojo en su salsa,

todos inmigrantes, emigrantes, invasores, colonos,

quienes se creen superiores en fanatismo,

la luz neblinosa que confunde a verdugos con víctimas,

los fuegos de artificio que pueden eliminarte.

La magia del instante voraz ha pasado;

he seguido a distancia a la dama de negro

hasta una librería que es una pura maravilla.

Allí me esperaban tres libros y la sensación atemporal

de no querer marcharme,

de estar horas y horas hojeando poemas y solapas.

Los libros devoraron la presencia de la dama.