
Allí estaba Ray
Allí estaba Ray, pero yo no estaba del todo,
merodeaba entre mesas de novedades
y de clásicos reeditados con portadas increíbles.
Llegaba desde otra no-concentración estética:
Maruja Mallo charlando con Paloma Chamorro
en la bahía.
La luz azulada, grisácea, a veces verdosa del mar
se fundía en la geometría tan estudiada de la composición,
en desnudos perfectos, en rostros de trazo-secuencia
como si quisiera simplificar la apariencia de cada persona.
Ray decía cosas interesantes, algo capté en un altavoz
que se enseñoreaba de libros de todos los colores:
–Las nuevas IA podrían confundirse con un escritor malo–, decía,
mientras el presentador evocaba sus propias lecturas.
A Ray no lo he leído todavía, aunque tengo un libro suyo
adquirido al principio de los tiempos: El hombre que inventó Manhattan,
supongo ahora que escrito aún en sus tiempos con Cristina.
Ray tiene un parche en un ojo, cicatriz de un tumor que casi lo mata,
enuncia con voz grave su ausencia tecnológica,
el alivio de que aquella pelota cerebral no era culpa suya.
La librería era un hormigueo de ávidos lectores eruditos,
dependientes nerviosos por las ventas,
por el cómputo de la montaña de libros del autor disponibles.
Afuera resonaban los ecos de tambores pascuales
que la brisa del mar transportaba por las rúas comerciales.


