Mis hijos

Todavía puedo verme en los ojos de mis hijos,
inquietos burlones, ilusionados,
pletóricos de pequeñas tonterías
atentos al lenguaje desaforado e irónico.
Pasará esta unidad, el tiempo de la protección,
de la calma familiar ante la pandemia,
días en los que la muerte de Maradona
parece la única noticia que oscurece el ocaso del sol.
Ulises sigue vivo y su vuelta a Ítaca
consigue captar la atención de los niños
durante el relato hiperbólico y desenfrenado
fruto de la mala memoria y de la improvisación.
Diego Armando Maradona no era de su tiempo,
no aparece ya en sus cromos, ni en su Olimpo,
la edad de las mitificaciones parece haberse consumido
tras las derrotas democráticas de los populistas.
No sé quien soy. Cada día me reinvento
sin perder toda la predictibilidad de mis hijos,
me asomo al espejo sonriendo tranquilo,
soportando los crujidos corporales del tiempo.
La serie Gambito de Dama me hizo llorar de emoción,
abrió la compuerta para mover las piezas
sobre un tablero del que nunca me alejé del todo;
hoy, bajo demanda infantil, vuelvo a jugar con ellos.
Cada día me sorprendo por las habilidades que han adquirido,
música, estrategia en los juegos de mesa,
idiomas, lógica social, sutilezas del lenguaje,
un desarrollo exponencial del conocimiento.
Mi vida es una doble hélice con ellos,
a veces mi cara opuesta se aleja sin alejarse
cual goma elástica que vibra en la tensión
diluida en cada abrazo de buenas noches.


