Poema 536: Sendas volcánicas

Sendas volcánicas

Dentro del cráter surge la duda:

¿qué harías si esto empezara a temblar?

Dice la lógica, que lleva veinte mil años en reposo,

que cientos de miles de personas han pisado allí,

pero el atávico miedo a la erupción volcánica

permanece en algún lugar recóndito de mi cerebro.

Las imágenes que puedo recrear son ficción

o realidad a través de un objetivo:

soy el dueño absoluto del desastre,

del color rojo vivo de la lengua de lava imparable.

En los tubos volcánicos impera la música New Age,

el sonido del viento mezclado con agudas notas de violín

y los graves lamentos del contrabajo.

Me acerco al trance, a la geometría de la lava,

estafilitos, chimeneas, el azar del discurrir hacia el mar,

unas condiciones no aptas para la vida.

Los caminos humanos se abren entre los basaltos,

dividen la tierra baldía, conducen al epicentro

localizado con círculos triláteros;

allí uno se empequeñece y observa las formas descomunales,

la elevación del interior de la corteza terrestre,

el juego de presiones y temperatura que conduce

a la renovación estructural de las condiciones iniciales.

Poema 535: Aprovechamiento

Aprovechamiento

En el interior del cráter, abierto al Malpaís

los labriegos cultivaban la tierra fértil

rodeada de rocas volcánicas baldías.

En el centro geométrico del volcán

trazaron un círculo para compartir la era.

Los sectores de corona circular

eran arados por mulos y sembrados de cereal.

La mecanización del campo

derrotó este aprovechamiento del oasis.

Hoy los caminantes acumulan un cono de piedras,

dejan su pequeña impronta-reconocimiento

a quienes sobrevivieron allí casi tres siglos.

Poema 532: Volcánica

Volcánica

El disco opaco lucha con la calima,

aparece tras unas palmeras en la playa negra,

se eleva suavemente cual Atlántico golpeando

sobre los restos volcánicos insulares.

Deportistas de todo aspecto y condición

trotan o marchan sobre el paseo marítimo;

huele a café y a tostadas en los chiringuitos,

se desperezan algunos yoguis saludando al sol,

es aún la hora mágica de los madrugadores.

Al suroeste, siguiendo la línea de la costa,

las montañas volcánicas se vuelven doradas,

todo el paisaje africano tiene algo de irreal.

Me he sentado en la arena negrísima frente al mar,

unas gaviotas planean sin esfuerzo aparente,

se introducen en la espuma de las olas,

picotean aquí y allá en busca de alimento matinal.

Mis reflexiones son contradictorias,

absorben la línea costera, el lugar y el instante,

se llenan de júbilo por la belleza y la calma

añoran una juventud que se me escapa.