
La panera de la tía Fernanda
Los rostros han sufrido trabajos y desgracias,
nadie está indemne, pero hacen bromas,
algunos cuentan chascarrillos novedosos
mientras en el horno de Pereruela hierve el pote.
Nos conocemos desde la infancia,
esa que rememoran unos y otros entre ruinas,
cárcavas, tirachinas, juegos de toda índole,
casas abiertas, familias, genealogía,
ubicación precisa en el espacio-tiempo.
Existe un espacio común y un personaje aglutinante,
trabajo, planificación-improvisación y recursos,
mucha cooperación y la voluntad continuada
de permanecer ajenos al tiempo.
El lugar, antigua panera de la tía Fernanda,
es un habitáculo singular y mágico,
conservado y mejorado,
lleno de recuerdos y novedades.
El éxito es el acudir presuroso desde los extremos,
la cordial acogida de quien aparece con discontinuidad,
la risa franca, generosa, hospitalaria y descomunal.
Los lazos que unen a unos y a otros son enrevesados,
diversos, a veces difusos, pero siempre vitalicios y definitivos:
parentesco, amistad, deporte, afinidad electiva,
la integración amalgamada de comer juntos
cada cual con sus costumbres ancestrales y caprichosas.
El oasis permanece en la memoria esencial colectiva
bajo la apariencia de la despoblación y la ruina,
el empeño de los puntos cumbre de felicidad activa.
