Poema 373: Ruinas

Ruinas

Aquella cabaña de adobe que una vez te cautivó

es ahora una ruina,

dentro de poco será un vestigio abandonado

volverá a ser parte de la tierra.

El pozo quedará al descubierto en un rincón,

un residuo de la edad que castiga tu cara,

tus músculos, la velocidad del pensamiento.

Los tiempos de esplendor han pasado,

la fealdad invade los solares descuidados

al igual que los recuerdos.

Los árboles no son iguales, ni las personas

ni tampoco los animales.

Algunas casas mantienen aún la forma

con la que fueron construidas hace cien años.

Entretenido en estas ocupaciones estéticas,

llegan imágenes terribles de la guerra:

cadáveres, destrucción y chatarra,

como si aún ignorásemos que no era un videojuego.

La ruina moral de quien ve su vida comprometida

no atiende a nostalgias y abandonos.

Se detiene el tiempo y entonces surge una melodía

de pájaros que se requiebran y envanecen,

música para el oído tras un silencio atroz e inmarcesible.

El horror son solo imágenes televisadas

que apenas interferirán en tu vida diaria.

Poema 266: La herida

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A través de esta herida abierta en la realidad

podemos atisbar el mundo

con una perspectiva casi divina

ángulos extraños, escorzos visibles,

el vacío que a veces se aproxima rozándote.

 

El miedo al horror puede paralizarte

o te impele al movimiento altruista,

permaneces o empleas todos tus recursos

en el combate evolutivo de supervivencia.

 

Las vísceras de la podredumbre social

se están secando al aire en escaleras públicas,

destellos de una felicidad pasada inconsciente

aún nos escuecen en cada llaga.

 

La herida tarda en cicatrizar,

leprosos la difunden con palabras insanas,

buscamos la belleza una vez superada la aversión

en cada batalla microbiana ínfima,

allá donde está seguramente la curación social.

 

El vasto orbe es mucho más grande que tu burbuja

en él hay fosas comunes,

hay avaricia repentina y comercio ilícito,

una reestructuración de la base social,

la desaparición de formas de vida ancestrales.

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Poema 41: El mundo es un cruel trasunto de sí mismo

El mundo es un cruel trasunto de sí mismoIMG_20150214_162934

El mundo es un cruel trasunto de sí mismo:

el horizonte dorado o de un rojizo intensísimo,

bajo el cual llora un niño la injusticia de sus padres,

un animal busca su madriguera en el calor,

el deprimido ahoga sus horas en lágrimas.


El calor acentúa los verbos en la línea del cielo,

amalgama miserias, las funde en una pieza

irreconocible para el forense, un árbol

plagado de hormigas, infestado en agonía

de años, en podredumbre de materia.


La deriva de tejados con aguas desordenadas,

oculta toda la perversión humana posible,

inteligencia animal, íncubos de incógnito,

tiranía del débil con los aún más débiles,

ausencia de luz, látigos de fuego, maldad intrínseca.


Las viviendas uniformizadas escupen brillo,

desmotivan a los sin techo, escarmiento

de inmigrantes escaladores, sometimiento

de voluntades mal pagadas ante un cuadro

exógeno, obra de arte fraudulenta en un museo.


El exégeta está de vacaciones, lee un ciego

en las miasmas de un lago suburbano,

desvencija voluntades el portavoz público,

entre dos eruditos se comen un besugo a la sal,

es un apocalipsis en las horas del olvido y del sueño.


La ciudad refulge, en sus bancos de granito

duermen héroes entre churretones de grasa,

cabe miles de flores se pasea una escultura

llagada y doliente escoltada por conos de raso;

un comedor de pipas acelera su ritmo frenético.


Hordas de jubilados arreglan verbalmente

la suciedad social, el horrísono crujir

de las articulaciones desdentadas, valor, bondad,

escalpelo de corte arbitrario, banal y felón:

votarán con la ilusión del mendigo hambriento.


El mundo se busca a sí mismo y se encuentra cada día:

verbigracia, la sonrisa de la Gioconda rediviva

o el vuelo de un ángel andrógino en un spot,

desenmascaran muecas y deseo, el anverso

humano del horror y la banalidad crujiente de un beso.


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