
El mar
Surgieron en la entrada de la playa
como restos de una fiesta que no fue;
querían abarcar la playa y apropiársela
en una táctica ofensiva prehistórica.
Los hombres caminaban arqueando sus piernas
con balanceo de caderas
dándose una importancia suma en este universo.
Se adentraron en el mar con sus neoprenos brillantes,
al acecho paciente de la ola,
nublado el cielo, nublado el mar,
lleno de crestas y un sonido poderoso
más fuerte que ellos, más rotundo.
No eran marineros ni aborígenes,
surfeaban desde la mesa de sus oficinas
en edificios rodeados de tráfico y espejos,
soñaban con un instante de gloria a tres metros de altura,
el grito de su vida aburrida al coronar el Tourmalet.
Esperarían toda la mañana o toda la vida,
a salvo la coreografía magnífica desplegada en la playa.
No envidié sus esperas ni su atuendo camaleónico,
sí el poder de domeñar durante un instante la arena
en una danza chamánica de fuerza comunal.
El mar les devolvería a su individualidad gris y urbana.


