
Ocaso de masas
El espectáculo del ocaso en la Arnía
es de contemplación masiva,
ociosos vacacionales lo incorporan
a sus rutinas diarias gratuitas.
Es una obra de teatro con final previsible:
aplausos ascendentes fluyen desde la playa
hasta los encaramados en riscos y laderas.
No hay dos puestas de sol iguales,
un barco que atraviesa el horizonte,
la gaviota que planea perfilándose en lontananza,
unas nubes que se autoinvitaron a la fiesta.
Hay murmullos y comentarios fugaces,
una sensación de paz ante el deceso del día,
el final de este calor playero y estival.
Una señora de espaldas al sol parlotea sin cesar,
ajena al trance comunal de quienes lo contemplan,
capaz de escucharse sola a sí misma,
la diversidad humana opuesta a la norma.
Tras los aplausos se disuelve el gentío,
apenas un grupo minúsculo de ascéticos
persevera en la tasación de la hermosura:
el cielo y el mar se confunden en el oriente,
los colores pastel susurran una armonía
indigna de la gran masa devota del astro sol.
La comunión solar ha sido consumada.


