Poema 640: Ponta Delgada

Ponta Delgada

Toda isla supone aislamiento conceptual

también cosmopolitismo y crueldad.

Quienes arrasaron todo quemándolo

dejaron semillas de especies antiopodales,

también resistencia y unidad.

La singularidad es estratégica y volcánica,

también católica, colorida y floral.

La Historia superpone capas y anécdotas,

también los vientos que acortan distancias,

un escritor romántico que se suicida

acogiéndose a la saudade lusa continental

y el turismo incipiente levemente canalizado.

Aún sin apenas salir de Ponta Delgada

la vista detecta exuberancia y montículos verdes,

una promesa edénica y biológica desconocida,

jardines que se desbordan sin apenas cuidados,

una ciudad que va adecentándose sobre ruinas

de estilo colonial vetustas y encantadoras,

llena de iglesias análogas, manuelinas y barrocas.

Vuelan vehículos por calles estrechas

como si la prisa fuese connatural en medio de la calma,

de un mar que en verano parece domesticado,

de humanos que se esmeran en procesionar santos

para aplacar la ira de las placas tectónicas en fricción.

La ciudad está llena de contrastes, de quietud dominical,

de una reconstrucción lenta y amable

sobre un pasado de fortalezas e invasiones,

singular e iluminada por un clima suave y cambiante,

bellísima en su conjunto armónico y diferencial.