Norma
El despliegue del bosque mágico me embriaga
solo con la luz,
seducción escenógrafa: verde sobre la densa niebla
druidas y chamanes reunidos
con canto potente de voz grave
y la bella sacerdotisa que invoca a la luna
en un casta diva de tanta hermosura.
Promesas y votos se suceden en escena
mientras suenan bellísimas melodías
fidelidad, infidelidad, amor maternal,
confesiones que el público agradece
con sonoras ovaciones que interrumpen el acto.
El mundo de frontera tan complicado
siempre encuentra permeabilidad en el amor
el deseo de lo imposible, la irracionalidad
y sobre todo la música envolvente
que transporta a la Galia de poderosa magia.
Sacerdotisas que se hermanan en el amor
al mismo hombre impío,
el deber y el amor filial contrapuestos
al odio, al remordimiento y a la furia,
y un final tremendo de sacrificio maternal.
El rojo y el verde funcionan en la oscuridad
como un trampantojo de idílico paisaje,
en medio de tanta culpabilidad reconocida,
sangre, lucha, el trono de la sacerdotisa,
y conmovedoras arias ya inmortales.
El destino ha de ser cumplido, la furia
que perseguirá despechada al amante,
logra una sucesión de imágenes oníricas
inabarcables para el espectador emocionado.
Sacrificio en el altar de los antepasados,
humo, una guerra cruel como todas,
y la imposible conciliación de todos los sentimientos
que trascienden la vida humana,
y la pequeñez de ésta en el universo matriarcal.
