
La mañana de noviembre
La luz es novembrina y los árboles
tienen ese color decolorado y amarillento
cae agua sin llover, humedad constante
humus en hojas que cubren el césped.
Las aves migratorias están enfermas
también las ponedoras de esos huevos
que son sustento y alegría en los hogares:
serán sacrificadas sin miramientos.
El ánimo se empapa de los colores
filtrados por noticias de portada;
gente gris con rictus en los rostros
camina por aceras degradadas.
La ventana abierta a la calle es un placer
de sonidos, de laboreo jardinero, de caminantes
que acuden a tomar un café para sobrevivir.
El trasiego del congreso ha pasado,
deja posos e hilos, reflexiones vacuas
y otras intensas acerca del aprendizaje.
Quedarán en el recuerdo ciertas ponencias
amplificadas por la luz soriana y el correr matinal
por la ribera de un Duero extensamente poetizado.
Alegría de la compañía y también de esa soledad
buscada y encontrada en medio de la multitud,
de las disertaciones metodológicas o eruditas.
El soplador de hojas irrumpe y rompe
la tranquilidad de la mañana de noviembre.




