Los colores del domingo
Muda poesía en un día crudo de diciembre,
lees fragmentos en un inglés deslavazado,
observas las ventanas abiertas
de un calendario de adviento:
los niños cada noche ensamblan las piezas.
El cuarto de baño es mi oficina privada,
el lugar de las ideas, de las revistas
amontonadas, el inicio de un verso,
cuaderno de tapas negras, un boli
la conexión con el mundo vía wifi.
El paisaje a través de los ventanales
carece de color: niebla, grises,
el color del frío o de las lentas expectativas,
el río, masa de agua verdosa,
tinieblas entrevistas corriendo sobre un puente.
Un paseo para comprar el pan, el periódico,
para fijarme en las pequeñas maravillas
cotidianas: la impronta de una hoja enorme
y amarilla, ya barrida, sobre el suelo enlosado,
un logo rojo de perfecta simetría.
La mañana del domingo se fragmenta
en espacios inconexos, mi mirada
los amplifica hasta el infinito, los exprime,
palabras, un verso leído aquí o una palabra
allá: “scattered”, ochenta y dos millones de resultados.
Sonrío ante la lectura de un poema,
imágenes, voces, tiempos remotos, infancia,
tormenta de ideas frescas, palabras vertebradas
en torno a una dispersión de la imaginación,
un necesario hilo que hilvane el conjunto.
