
Días de bici
El calor húmedo de la Costa Brava
es insoslayable a finales de julio,
solo el pedaleo en compañía y el agua
mitigan el cansancio extremo.
La luz hiere los ojos al mediodía,
unas cervezas y unas aceitunas
atenúan la dureza de la ruta.
Ayuda, ánimo, una conversación,
la belleza natural del camino,
sentir la fuerza de los músculos
para manejar el peso de la bicicleta,
me hacen sentir un privilegiado
en estos días de descanso laboral.
El consenso estupendo en el grupo,
la tolerancia compartida y conocida,
el reparto generoso de roles,
convierten cada jornada en ilusión,
en descubrimiento de paisajes,
lugares, personas, historias míticas.
Una piscina en un pueblo anónimo
es un oasis temporal en medio del camino:
bajar la temperatura corporal,
ingerir alimentos veraniegos
para recuperar toda la energía posible.
La alegría personal se integra
en un júbilo comunal multiplicativo,
juegos de palabras, bromas recurrentes,
trivialidades que conviven con confesiones
profundas, íntimas o recién elaboradas
en las arduas jornadas pirenaicas.
La vida fluye alegre a través del esfuerzo,
de la asociación de mentes cultivadas.
