Poema 308: Ese tiempo desperdiciado

Ese tiempo desperdiciado

Ese tiempo desperdiciado no es mío,

es algo ajeno que me acontece y arrolla,

el vehículo imparable, gran tonelaje

de banalidades sin fin.

Raramente me enojo cada día

solo sombras de puerilidad o de imbecilidad

una invasión capitolina, una balanza

en la que no salgo bien parado.

El enorme placer de madrugar en soledad

de contemplar los tejados blancos por la helada

o la luna que ya difusa se oculta deprisa

como si no quisiera ver el desmadre

de tipejos que no cumplen las normas pandémicas.

La belleza es de una soledad desconcertante,

también la lectura,

abro un cuaderno con páginas blancas por delante

y garabateo lo que libremente fluya

sin cortapisas ni censura.

La alegría es efímera, o al menos esa alegría.

Soy consciente de que vivo dedicado a una suma

de instantes:

fotografías en ese momento de luz, un encuadre

efímero en un barrido ciclista,

el olor de un bosque en el que encuentras un níscalo,

esas nubes de formas aleatorias movidas por el viento.

Llega enseguida la alegría social impostada,

el juego maldito en el que acepté participar.

Estoy sometido al contraste necesario,

a un contrapunto de muchos instrumentos que dialogan,

una suma neoliberal de valores cotizados:

familia, soledad, abrazos y besos,

buenas y malas noticias, inestabilidad, energía,

ese instante en que la orquesta resucita las Variaciones Enigma,

una voz que decanta notas mágicas tras una ventana

horas antes del solsticio.

Mi tiempo social es melifluo,

contrapesado por decenas de libros apilados

esperando su lectura urgente y deseada.

Cuando haga balance vital habré olvidado los intersticios,

ese tiempo ya inexistente

en aras de belleza, cariño y una cierta soledad de fondo.