
El árbol seco
Miro sin cuidado ninguno la escarcha de la helada;
presto más atención a la luna creciente de las cuatro de la tarde.
Me sorprende esa niebla densa que conduciendo
me hace sonreír mientras avanzo hacia el trabajo.
Arvo Pärt me pone triste:
demasiada belleza roza mis nervios expuestos.
Los nueve discos de The Collection van a ser un desierto de tristeza.
Y todo lo mediatizan ojos y risas.
Un mediodía soleado por el que discurre un sendero
hacia el majestuoso árbol seco lleno de pájaros.
Algunas rutinas me proporcionan sensación de continuidad,
días que pueden repetirse hasta el infinito, iguales y distintos:
las tierras de la falda de la montaña, el río apenas entrevisto,
el fuego domesticado dentro de un bidón.
Dentro de unos años los lugares que ahora me son familiares
serán extraños, sonreiré de camino a otra parte:
niebla o mar, o niebla marina o el sol que crea espejismos,
un campo gótico o una tierra entreverada de ríos.
Debería singularizar cada instante, darle máxima importancia,
abrir los ojos, los oídos, absorber todo con mucha concentración,
en ningún caso dejar pasar el tiempo o renegar de alguna acción.
El ruido de las motos de fondo es molesto en la noche,
y sin embargo el campamento motero me llenó de fantasía:
hogueras, fraternidad, amor, cuentos en el alcohol noctámbulo,
cómo combatir los seis grados bajo cero en una tienda de lona.
He leído una magnífica entrevista llena del deseo de la edad,
la sabiduría del éxito y la fluidez escritora,
un modelo de mujer para seguir creyendo en la igualdad.
