
No hay piedad en el frío
No hay piedad en el frío,
ni en el hambre,
las heladas clásicas pueden remover
algunas conciencias oxidadas
también el despilfarro de los días navideños
o la náusea de un consumismo insaciable
atenuador de mdernas ansiedades y angustias.
La prensa incide un día con intensidad
para dormir las noticias al día siguiente,
centrándose en costumbres y distorsiones,
en interesados asuntos políticos
y en los caminos tortuosos que llevan al poder.
El colorido de las lonas y tendales sobre las ruinas
disocia la compasión e insinúa una cierta felicidad
en el arracimamiento humano y el socorro mutuo,
la dicha de las personas que se buscan y encuentran
la cierta igualdad de quien apenas posee esperanza.
El modelo televisado se reproduce en la mínima célula
del populismo cruel,
de la diferencia hostil por nacimiento.
Yo expulsé, yo limpié, yo conservé la idiosincrasia,
dirán los héroes abrillantados y explotadores
con sus fundas de piel animal y sus pertrechos asiáticos;
nosotros somos los ungidos por la divina providencia
elegidos y sublimados, verdaderos espíritus humanos
dueños del solar patrio y guardianes de la bandera.
El frío extremo y la precariedad
nos conectan con los valles de la Historia.
