Dispositivos
El móvil oculta la poesía que está a la altura de tus ojos,
desbarata la concentración de tu mirada,
la vuelve rastrera y opaca,
solo capaz de ser aumentada y pixelada.
De repente lo ves todo nítido,
recuerdas la luna de anoche, lúbrica y erótica,
las motos que resonaban en la niebla hace unas semanas,
la bandada de pájaros migratorios en la curva del Pisuerga.
El vecino se apresura a deshacerse de su cigarro,
como si escondiera una infidelidad,
el más chulo de la clase desapareció absorbido
por el cruel humo del que tanto fardaba.
Has dejado de fijarte en los árboles esqueléticos,
en los muñones visibles tras la poda,
en el sufrimiento de las cortezas retorcidas por el hielo,
en el aparente holocausto dejado por el invierno.
Más de cien veces al día consultas tu dispositivo,
prolongas tu mano, te conectas a un mundo virtual
alejado de la pincelada maestra del arte que te rodea,
cada estímulo es un hilo que te une al mundo.
Necesitas pausa y concentración, meditación,
escritura reposada y arduas tareas físicas para olvidar,
soledad y multitud, consciencia metafísica
del tiempo en el que vives y sueñas y disfrutas.
