
Camino del Cid
En la memoria de la desmemoria,
olvidada la distancia entre Cantar y realidad,
más cercanos a Machado que a la Historia,
salimos a recorrer la ruta mítica.
Los caballos no son Babiecas, ni las espadas Tizonas,
y sin embargo hay cabalgaduras,
sillines rellenos de gel y alforjas,
el colorido de una tropa diversa,
democrática, exaltada y no desterrada.
Los nervios serán parecidos,
–la especie humana no cambia en un milenio–
las expectativas son diferentes,
algunas físicas y otras espirituales:
trascender el ruido mediático y urbano,
entrar en contacto con el polvo machadiano,
leer unas líneas del Cantar cada mañana,
prepararse como se preparan los mozos
en estos días de sanfermines.
La amistad con que se forjó la leyenda
continúa viva:
altruismo, comunidad, ayuda mutua,
la sensación de pertenencia a un grupo polimorfo,
sociograma con hilos conductores saludables,
a veces débiles y otras muy robustos.
La estepa castellana, tan despoblada como antaño
asusta entre el calor y el desabastecimiento,
genera incertidumbre y adrenalina.
Nos preparamos ya para esta aventura
caballeresco-literaria-deportiva,
armados de tecnología y barritas energéticas.
Días de gloria pedaleando por el pasado.
