Poema 596: Shostakóvich me hace sonreír

Shostakóvich me hace sonreír

Shostakóvich me hace sonreír,

ilumina esos poemas decimonónicos,

experimentales y evocadores que canta la soprano.

Estoy leyendo unos poemas maravilla

en la espera y el calentamiento musical,

la conjunción perfecta en soledad absoluta.

Un hombre paseando un libro,

un lugar aislado desde el que compadecerme.

El movimiento de las cuerdas es frenético,

el mar de arcos balanceándose en armonía,

también la concentración del percusionista

anticipando el golpe único del gong.

La mujer de la viola muestra sus alas tatuadas

que simulan moverse al compás de sus músculos.

¡Cómo pensar que Rimbaud sería cantado

con tamaña magnificencia!

Recordé la sinfonía Leningrado meses atrás

en presencia de la guerrera diez,

misma sonrisa eufórica, exaltada, encendida.

Hoy leo unos versos en un francés sonoro

llenos de jardines, de centauras seráficas,

de bacantes de los arrabales,

un festín endiablado y sonoro

con el que Britten esculpió nota a nota sus canciones.

En el concierto todo es ya exceso, desafuero,

incontinencia sonora capaz de elevar el ánimo

las alas acercándose al sol antes de quemarse.

Poema 19: Tañen las campanas

Tañen las campanas    IMG_20150104_235452

Tañen las campanas al unísono

en el centro de la ciudad.

Diríase que coadyuvan con el sol

el año nuevo y la luna esplendorosa

en el lustre y la alegría

de quien busca un regalo.


Aún suenan en mi cabeza las notas

tarareadas de la Guía Orquestal de Britten

(The Young Person’s Guide to the Orchestra).


En la espalda de un ídolo, ignorante de serlo,

con mucho oficio, ajeno a su poder,

repta una conciencia limitada, una idea

copiada con apremio, el ritmo del repicar sincrónico:

uno lleva los faldones de su abrigo

abriendo el camino de toda su cohorte

de inútiles aprendizajes, palabras, ideas,

un ser extenso invisible e incógnito.


Un programa, una suma de instrumentos

recrea la melodía de fondo, un escenario

de paredes decrépitas de ladrillo, fealdad urbana,

una cierta pomposidad enlaza la palabra

con el acorde fundamental en un ángulo

recto sobre el que los bombarderos

pudieron sembrar el pánico y la incertidumbre.


Las campanas centenarias hacen el trabajo

sucio, limpian la conciencia, el saber extremo,

igualan la beatitud huraña y cicatera,

con el pomposo vuelo del saber magnético,

enderezan el solar recreación del pánico

para transformarlo en una plaza pública

de palomas carroñeras y niños espléndidos,

futuros intérpretes de voz y armonía de guerra.


Aún suenan en mi cabeza las notas

tarareadas de la Guía Orquestal de Britten

(The Young Person’s Guide to the Orchestra).


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