
Los días baldíos
Los días se suceden, enfriándose,
sin más novedad que un poema o un abrazo,
alejándome poco a poco de los bosques,
de las montañas y los ríos del fin de semana.
Cada día que paso sin leer al menos una hora
es un día baldío,
horas llenas del ajetreo laboral en la mañana,
caminar y observar atesorándolo todo, por la tarde.
Continúo fiel a mis referencias en el viaje:
una música que un oyente recomienda,
el bidón que los operarios encienden con el frío,
las aguas turbias y veloces del Duero,
unos chopos que se volvieron invisibles.
El hallazgo de un bolígrafo perdido,
el ¡eureka! del informático que encontró el error,
una ocurrencia que me hizo reír sin medida
en medio de una clase repleta de hormonas,
dibujan días de noviembre históricos,
momentos de convulsión violenta en Palestina,
una guerra pasada de moda en Ucrania,
la formación de un gobierno progresista en España.
Los periódicos gritan a varias columnas,
saltan de un asunto esencial a otro capital,
se rompe el país en medio de la prosperidad,
de la abundancia, del éxito del deporte colectivo.
Tengo más libros de los que puedo leer,
más películas y series de las que puedo visualizar,
más zapatos de los que puedo gastar,
menos tiempo del que puedo perder
vagando por las calles y los caminos sin rumbo.
Noviembre es un trampantojo virtual,
el mes efímero más hermoso del otoño,
los días y las horas de los graves estudios.
