
Canchales
La belleza en lo alto de las montañas
se esconde en los canchales,
rocas arrastradas y aplanadas por la nieve,
gris sobre fondo verde que antes fue blanco
en el invierno.
Cientos de miles de rocas peladas, casi inexpugnables,
formas caprichosas y sombra de las nubes
diseños aleatorios propensos a la imaginación popular:
gallinas, dragones, perros y rapaces.
Son dinámicos como las dunas de una playa,
confluyen como ríos en un punto de fuga más bajo.
Se reconocen por sus destrozos en los caminos
que serpentean en las faldas de la montaña,
producen avalanchas y liman las cumbres reiteradamente.
Los últimos rayos del sol crean sombras doradas en las cumbres,
iluminan las rocas gelifractadas,
hacen aún más bellas las enormes moles macizas.
La vida es escasa en estas pedreras,
apenas unas raíces sujetan los ríos de piedra
entre los que pululan micromamíferos
y saltan las cabras montesas.
Anochece y las sombras opacan los dibujos
en los conos montañosos,
el sonido de fricción de una piedra desprendida
activa sinapsis neuronales antiquísimas
indica al cuerpo ya fatigado la urgencia del descenso.
