
La casa del limonero
La fotografía de la contrapuesta de sol
alcanzó a recibirme enmarcando la casa amarilla,
un limonero feraz y una extensión enorme ajardinada.
Me maravilló el silencio.
También la luz, el aroma a hierba recién cortada,
La casa nos absorbió como si fuésemos hormigas
minúsculas, coordinadas, ordenadas,
pareció cobrar vida al limpiar las bajantes
de donde surgió imperial un hermoso sapo atrapado.
Crecen las hortensias de color azulado
en vivo contraste con los colores circundantes,
movimiento, luz, algarabía expectante en el desayuno,
un centro de operaciones acogedor muy cuidado
por unos anfitriones que se mimetizan con la estructura.
Regresar al final de un día esplendoroso
de playas peligrosas, de acantilados horadados,
de sendas casi ocultas por las que peregrinan solitarios
y también estirados en columna, los numerosos invitados.
Cada cuál ocupa su rincón con sus alforjas,
halla enchufes, colchones, se defiende de los mosquitos,
encuentra momentos escuetos de soledad entre la masa.
La morada amarilla es un punto de referencia imantado,
un hogar mítico en medio de días de bicicletas soleadas
de bromas y referencias que llevarán a la risa instantánea,
de sufrimiento físico y olvido de las terribles noticias externas.
Días de limones y convivencia y pedaleo gastronómico.
