Poema 391: El final del viaje

El final del viaje

Todavía veo bicicletas rojas y amarillas

y la amplitud como un mar del río Danubio,

aún creo ver siluetas familiares en las calles

de los compañeros de aventuras.

El viaje se ha vuelto liviano

ante el quehacer diario;

irá adquiriendo su peso como una celebración,

un momento idílico en estos años,

risas, conversaciones en paralelo, confidencias,

el alma austriaca analizada en sus campos y jardines,

la belleza de unos cisnes o la sorpresa de un lago,

un café delicado a la vera de una abadía,

la suma de recuerdos veinticinco años después

y las miradas incrédulas de los jóvenes.

Quedará en el recuerdo el primer baño en el río,

las cervezas del final de cada jornada ciclista,

algunas pequeñas ascensiones por rampas empinadas,

o los albaricoques al alcance de la mano.

El viaje ha tenido una velocidad ideal,

la mirada limpia de quienes lo hacían por vez primera,

las risas de cada noche sentados a una mesa,

junto a recuerdos y pequeñas erudiciones.

Una siesta junto a un campo de calabazas

nos descubrió el territorio Alevita;

el mecanismo de una esclusa nos hizo detenernos:

admirar la fuerza hidráulica,

entender las complicaciones de la navegación,

poner un pie en un país y otro en Alemania.

La suma de los días excede con creces a lo imaginado,

pues el calor de esta vez o la lluvia del viaje original

trastocan el modus intinerantur.

Las despedidas nos dejan hilos invisibles,

enlaces, nervaduras, amistad y alegría,

incluso para los que habitamos en la periferia.

Recuerda Raquel la generosidad y el disfrute

en estos día terapéuticos de julio.

Que las lágrimas de la despedida

se conviertan en vínculos imperecederos.