
Parthénope
Verano de juventud y deseo,
cine que muestra y oculta e indica
retazos de gran belleza.
Tempus fugit, el mar,
nació en el mar como la sirena odiseica,
agua y frente a la belleza y el trampantojo
de una opulencia palaciega, de la iglesia rococó,
la humildad semioculta de la miseria:
un traveling veloz entre deformes,
desamparados luces azules y prostitutas,
el capo que cree conseguir un instante
de la mítica belleza,
un Maradona que reparte caridad
a cambio de la aclamación populista.
Las joyas de la iglesia relumbran
sobre el cuerpo magnífico de la Parténope mística,
su voluntad, su estética antropológica,
el deseo que traspasa la pantalla:
–es mi secuencia favorita–,
–también la mía-.
La muerte se llevó la hermosura y la alegría
de los ojos, de las vidas ausentes,
creó la belleza austera, palimpséstica y onírica.
Nápoles es milagrosa y horrenda,
bellísima y oscura, luminosa y cruel,
es endogámica y eufórica en sus mitos.
En descifrar los detalles está la oculta perversión,
también el homenaje y la autorreferencia.
Al salir, la niebla lo empapa todo.
