
Don Juan Tenorio
Don Juan es un lugar común desde Mozart a Zorrilla,
música cantada y dicción rimada,
la banalidad del mal literaria,
una actividad cíclica en el día de las ánimas.
En esta ciudad aparece sin falta
cuando el otoño, de noviembre se disfraza,
viento fresco, desapacible lluvia,
otros años persistente bruma.
Zorrilla aquí reina a sus anchas:
teatro, paseo, plaza, estadio, estatua,
incluso una casa natal recreada.
El zoom cinematográfico enfoca la escena,
carnaval, la cabeza afeitada,
el jolgorio de una ciudad licenciosa
llenas las calles de espadas y campanas.
Don Juan ejerce su violencia exaltada,
un actor intenso de buen porte y fachada,
enfrenta, exaspera, apuesta y gana;
enamora y besa y a veces dispara.
Nada puede el honor, ni la amistad trabada,
nada la familia ni la sangre amada
ante la violencia y la maldad desatada.
Doña Inés carece de entidad y de armas,
protegida y engañada:
–¡Qué pava!–, dice mi vecina cercana.
No hay feminismo en Zorrilla, solo violencia arcana.
La obra ha sido levemente actualizada:
una guitarra, un coro de risa alborozada,
una voz, un filtro, una pantalla,
el intenso drama con piadosa compaña.
Me maravillo de la emoción suscitada
en la excelsa escena final ansiada:
Inés petrificada llena de fuerza y gracia
domina al averno con su palabra.
