
El invernadero
Aquello era una colección de hierros
ensamblados, tuertos, el símbolo
de un fracaso hortelano pasado.
Crecía la hierba y el desorden
la imagen de la desolación
de un lugar abandonado.
La reconstrucción fue paciente,
fuimos cumpliendo plazos,
cubriendo el techo de policarbonato;
más tarde paredes y puertas
para lograr un espacio enorme.
En invierno hacía calor dentro;
hicimos un diseño educativo:
plantas, semilleros, zona docente,
y entonces se corrió la voz:
de forma altruista llegaron consejos,
donaciones, ideas, trabajo.
Voluntariamente se constituyó
un comando invernadero,
plantaban, regaban, pulían la madera,
en el tiempo libre aquello era un bullicio
de voces, idas y venidas organizadas,
el júbilo de ver el primer tomate en la planta,
la lucha diaria contra el pulgón y las hormigas.
He sentido la ilusión colectiva,
el cosquilleo de quien aporta su granito de arena,
la luz inocente en la mirada
y el deseo de pertenencia a un proyecto común.
Hoy iremos de nuevo a clavar, desclavar,
forrar, irrigar, plantar y ordenar,
tomar pequeñas decisiones y asombrarnos
de lo que la naturaleza nos ofrece cada día,
al lugar en el que el alborozo eclipsa los agobios.
