Poema 253: Penetrar en la niebla

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Penetrar en la niebla por la mañana

es sumergirte en un mundo opaco y tal vez onírico,

dejarte seducir dulcemente por la voz de Ida Vitale

que recita sus versos coloridos y sonoros,

imaginar las tierras altas al fondo del valle,

recordar sombras de la Orestiada,

el ancestral temor a que se difuminase la caza.

 

Es el acceso a la atemporalidad, a las voces,

quizá susurros de la naturaleza superpuestos,

psicofonías, ritmos desconocidos ascendentes

para llegar a un trance sin sustancias psicotrópicas.

 

La niebla es un caos mental único y uniforme,

es la belleza de las siluetas fugaces,

de la velocidad engullida por la luz sepia,

una humedad tozuda que penetra en los huesos

y destroza el alma de las personas melancólicas.

 

Al penetrar en la niebla se deforman los pinos,

pasan a ser gigantes melenudos de miembros quebrados,

se atrasan los relojes por efecto del vértigo,

la irrealidad atrapa una a una las moléculas circundantes

y las reconstruye en un orden caótico.

 

Saldrás de allí reconvertido en dócil funcionario,

capaz de olvidar en pocos minutos la convicción poética,

la hermosura que te ha sido dado contemplar

en tu imaginación velada por la pátina brumosa

de un éxtasis que fue sueño o locura transitoria.

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Poema 252: Dispositivos

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El móvil oculta la poesía que está a la altura de tus ojos,

desbarata la concentración de tu mirada,

la vuelve rastrera y opaca,

solo capaz de ser aumentada y pixelada.

 

De repente lo ves todo nítido,

recuerdas la luna de anoche, lúbrica y erótica,

las motos que resonaban en la niebla hace unas semanas,

la bandada de pájaros migratorios en la curva del Pisuerga.

 

El vecino se apresura a deshacerse de su cigarro,

como si escondiera una infidelidad,

el más chulo de la clase desapareció absorbido

por el cruel humo del que tanto fardaba.

 

Has dejado de fijarte en los árboles esqueléticos,

en los muñones visibles tras la poda,

en el sufrimiento de las cortezas retorcidas por el hielo,

en el aparente holocausto dejado por el invierno.

 

Más de cien veces al día consultas tu dispositivo,

prolongas tu mano, te conectas a un mundo virtual

alejado de la pincelada maestra del arte que te rodea,

cada estímulo es un hilo que te une al mundo.

 

Necesitas pausa y concentración, meditación,

escritura reposada y arduas tareas físicas para olvidar,

soledad y multitud, consciencia metafísica

del tiempo en el que vives y sueñas y disfrutas.

 

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