Poema 28: Muñones

                       MuñonesIMG_20150226_144533

En la foto, los muñones sobe el cielo

dan un miedo espantoso,

por sí mismos explican la metafísica

de la quietud, la presencia mitológica

de criaturas suprahumanas.


Los días se vacían de su morfología,

aún conservan intacta su sintaxis,

la savia ya no desangra a los dioses,

los humaniza en formas desoladas,

triduos omnipotentes en la nada.


Las formas ocultas del amor,

cambian de acera, disimulan su mirada,

se atrincheran en fes a su medida,

dotan al carbono de entidad manifiesta

frente a los cometas que rondan la órbita.


En el invierno de bidones encendidos,

flotan partículas asesinas,

se construyen túneles ocultos, toperas,

la vida fluye pujante en las caderas,

amasa corazones que ya han florecido.


En el vacío existencial de un día,

caben todos los cachivaches mentales,

se limpia la sentina, se adereza el rostro,

fluye nocturna la sonrisa en un escorzo,

voz con voz, recuerdo, promesa cinematográfica.


La foto gris de la mañana, mente abierta,

deshace las sombras y las siluetas,

enarbola banderas y estandartes,

el aire renovado hincha mi pecho de ideas

domestica los muñones y los perfila.


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Poema 27: Los más perversos de las naciones

 Los más perversos de las nacionesangel de fuego

Las columnas de los soportales se curvan,

se deforman en los extremos de mi campo de visión

el color rojo con el que se exhiben los cardenales

contrasta con las gárgolas de fría piedra.


El diablo está presidiéndolo todo, me engaña,

me desorienta, ahora es naranja se camufla

camaleónicamente; su olor a azufre tópico

se alterna en mi pituitaria con lavanda fresca.


Prokofiev. Miedo, El ángel de fuego, nada es cierto,

sueño, clamor, la multitud gritando:

“et quiescere faciam superbiam potentium”

sudor, inquietud, un picado de la cámara vertiginoso.


Por eso traeré a los más perversos de las naciones,

la ignominia penetra con profundidad en el cortejo,

consciente de la vanidad representada, del disfraz

de modestia y humildad, el coro vuelve a resonar.


Ha adoptado una forma de súcubo de incandescente

belleza, sinuosa se mueve al compás de Rita Hayworth

Put the blade on Mame; la orquesta ordena

el ritmo cardenalicio en un plano de fondo.


Bernini. Fría tarde de marzo, se acercan los idus,

el cónclave, Belcebú asedia los privilegios de la curia,

amplifica los gritos renovadores de base,

confunde con tentaciones cinematográficas

los designios divinos irradiados al orbe entero.


 

Poema 26: El día de la mirada poética

El día de la mirada poética

                                 “Asesinado por el cielo”

Federico García Lorca Poeta en Nueva York


El día de la mirada poéticaIMG_20150214_163033

reconocí mi memoria prodigiosa.


Un verso sacado de una suma

de instantes robados a una escena,

detalles fuera del agua, pez,

una puerta de acceso a un fotograma,

una nota desgranada de una melodía,

la mirada miope sobre un desarrollo

algebraico de comprensión imposible.


Siempre hay un caballo, una iguana, una ciénaga;

imposible aquilatar cada metáfora,

cada pensamiento oculto tras el aparente dislate.


Esa voz que recorre la ciudad en crisis,

los escenarios menos humanos, fango,

ahogados, multitudes sin abrigo y sin trabajo.


Miro el amanecer como tiento el cuerpo amado,

fijo el instante, la delicia de la luz tamizada,

y hallo en el libro del genio la imagen indexada,

semilla, y planta fecunda, y retruécano inesperado.


El cuerpo tendido boca abajo,

se ofrece a mi mano generoso y saciado.


En una ventana se asoma la mujer de un cuadro,

Goya espera su visita en el Prado,

el humorista desvalido narra su viaje iniciático.


La Gran Belleza es parte de esta hermosura,

otro poema desgranado con voz profunda,

uno lee, e ignora el final de sus ondas.


No hay muerte en mi poema, ni monedas,

solo el flujo mental entre la prisa y los niños;

no hay viaje, ni mirada sorprendida,

más allá de la alegría de un bidón encendido

en la fría mañana castellana camino del trabajo.


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Poema 25: Enigma

                   EnigmaIMG_20141224_130314

Enigma de un relato lejano, oscuro,

fuera del campo de interés colectivo,

¡tambor, tambor, tambor!

una veleidad imperdonable, aleve.


Una tormenta, un dime o direte,

el templo despechado, horizonte naranja,

agua, un saco de arena fundacional,

¡un gallo, un gallo, un gallo!


En la arena del desierto no se me ocurre

¡calor, calor, calor!

lugar común tras lugar común, imagina,

el atraso supersticioso de arma arrojadiza.


¡Entierra, entierra, entierra!

En el charco poblado de larvas, crecerá

tu gallo, tu hembra desbocada, tu manantial,

viaje fundacional, fuerza asesina, asesina.



El oro, la urbe de posibilidades infinitas

¡fuerza, fuerza, fuerza!

Mendigo, maldices el orden en un caos

en el que reinarás con tu cresta étnica.


Nieve, oro, lupanar, vértigo, enigma,

las mismas pulsiones, el mismo instinto

asesina y persuade e intimida,

¡voces, voces, voces!


Adivino geomántico, babalawo, el nicho

de la tradición independiente, incautos,

¡emigra, emigra, emigra!

Cuerpo fuerte en una mente desolada.


Reactivo de hechicería, magia de humo,

¡muerte, muerte, muerte!

Perturbación, conmoción, masacre,

el destino de la fuerza yoruba en el agua.


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Poema 24: Máscara y nieve

                        Máscara y nieve159_mascara_veneciana_negra_brillo_11621

Sucesión de manos ensangrentadas en la nieve,

no sabes donde mirar, horizonte blanco por doquier,

miedo a un oso blanco invisible,

al filo de una cuchilla,

al suicidio de alguien incógnito.


Conjuras tus temores con un baile de máscaras mental,

ella está ahí, en el salón cálido con chimenea;

con los aros de su vestido ondulando

levanta volutas de calor azul,

cisne elegante, pedrería en el negro antifaz.


Tu excitación contrasta ahora con el frío paisaje,

las manos rojas se detienen en un túmulo:

crees que allí habrá un cadáver,

pasas de largo, vuelves sobre tus pasos,

te humanizas, ya te has implicado.


Ella danza alegre; en su baile se mofa de ti,

te provoca y te ignora, se acerca y se aleja,

deduces a duras penas que tú eres su centro,

su referencia en el salón rococó:

ella te orbita, te enciende en elipses danzantes.


Escarbas con cuidado, de reojo miras alrededor,

no tienes armas y eres vulnerable,

descubres que el perro inanimado posee un collar,

“Olfrie”, las manos eran pequeñas, de mujer,

sangre en el vientre destrozado por un zarpazo.


Cae la tarde y tu pensamiento se ha vuelto circular,

aletargado crees observar tras la ventisca

una forma femenina envuelta en un hermoso abrigo;

lleva una máscara y extiende su brazo para danzar contigo,

su mano está manchada de sangre y viene a llevarte.


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