Te hundes
Te hundes en hemiciclos imaginados,
levantas pólvora tropical,
hay uvas que desatan nostalgia,
flores y semillas llegadas desde la infancia.
Hay nubes en el ocaso veraniego
que ya has fotografiado,
nudos en el cielo, en forma de globos aerostáticos.
Estás solo y lo disfrutas de forma inexplicable,
abres un libro y lees en voz alta
y las metáforas van liberando otros nudos
de tu mente pacata sometida a algunas normas.
Libertad para el uso del espacio,
el campo de juego se duplica, triplica, quintuplica.
Eres un ser ojival que apuntala techos invisibles
y deja pasar la luz.
Te hundes, pero tu experiencia te serena:
dormir y escuchar a Monteverdi,
un cierto aseo y la caricia del agua,
la tormenta en toda su belleza
apenas permanece unas decenas de miles de segundos.
Has educado la luz íntima
para que estimule tus neuronas creativas,
abres y cierras sinapsis de una forma no del todo aleatoria.
Ahí hay un poema sorpresivo,
elíptico y sanador de conciencias.
El cristal te atraviesa sin daño aparente,
solo cicatrices emocionales que a nadie preocupan.
No eres héroe, ni mártir. Sobrevives,
dejas tu pequeña huella en el paisaje lunar de tus genes:
ladrillo de Lego con forma extraña.
