
Años de peregrinaje
La pianista con su incómodo vestido rojo
se quita los zapatos;
acaricia el teclado con elegancia
mientras ejecuta un List de vértigo.
Cientos de miradas y de oídos se deleitan
en la sala de cámara:
cada cual evocará paisajes o vivencias
o los sueños aún sin cumplir cada día.
El virtuosismo es admirable, al igual que la melodía:
¡Cuántos años sentada ante un piano!
La expresión corporal, el ritmo, la danza sedente,
humanizan el arte estratosférico,
la ausencia de errores, la velocidad simpar.
La imagen de rojo, blanco y negro se difumina
cuando la música invade los sentidos.
Ideas, conceptos, valoraciones, lugares oníricos
se adueñan de mis centros de consciencia,
iluminan espacios mentales, me alejan de la realidad
en esa soledad acentuada, sin carnalidad posible.
La vida hoy ha sido generosa y amable,
he dispuesto de tiempo, de emociones, de palabras,
he contemplado la humanidad de un quinteto
y la apabullante maestría pianística de Zee Zee.
Cada pequeña acción se amplifica con la música
creada, ejecutada, efímera:
sensibilidad exacerbada como si los velos desapareciesen
tras el conjuro mágico de garabatos mnemónicos.
Vuelve el foco al reflejo de las manos persistentes y veloces.
